Evangelio de la procesión
Marcos 11, 1-10
HOMILÍA
Igual que aquella multitud, nosotros también hoy queremos acompañar a Jesús entrando a Jerusalén. Y lo hacemos con los ramos. Estos ramos que todos los años nos acercamos a buscar a nuestras parroquias. Estos ramos que a veces preparamos con mucha dedicación en casa. Estos ramos que después nos gusta acercar a los seres queridos, llevarlos a los enfermos estos ramos que después queremos que nos acompañen todo el año en el umbral de la puerta de casa o junto a alguna imagen de un santito.
Pensaba, en primer lugar, y me permití traer un ramo del año pasado, un ramo del 2020. Un ramo que fue testigo de la pandemia, fue testigo de la incertidumbre, fue testigo de la angustia, fue testigo de la bronca por la falta de trabajo, testigo a veces de la pelea de los chicos en casa, porque estaban todo el día encerrados y no iban a la escuela.
Fue testigo de la puerta de casa cerrada en el momento más duro de la cuarentena, porque nadie entraba y nadie salía. Fue testigo, me imagino entonces, del dolor. Fue testigo de un tiempo muy difícil que nos tocó vivir a todos. Y con el paso de los meses, el ramo de olivo o el ramo bendecido se fue secando. Se fue secando así como también nos fuimos un poco, secando nosotros. Nos fuimos cansando, nos fuimos agotando, fuimos bajando los brazos.
Pero creo que también, y para ser justos, hemos vivido a lo largo del año un montón de signos de vida, un montón de cosas lindas, en el compromiso, en la solidaridad, en aquellos hermanos que se jugaron la vida, en los médicos, en el personal de la salud, en muchos comerciantes, en muchos voluntarios, en aquellos que buscaban las bolsas de residuos de nuestras casas, mucha gente que se contagió o incluso que vivió el riesgo del contagio pero que seguía adelante pensando en los demás. Y por eso creo que, así como el ramo se fue secando, también tenemos que hablar de que la crisis de la pandemia permitió lo que, me animo a decir, como una cierta primavera espiritual. Desde las cenizas empezamos a resurgir.
Y por eso, el ramo de este año, un ramo verde, un ramo que quiere expresar la esperanza, un ramo que quiere expresar que volvemos a creer, un ramo que tiene también el horizonte de la esperanza puesto en la vacunación para todos.
Que ojalá, así como el ramo del 2020 fue testigo de la pandemia con su dolor, su sufrimiento y también con sus signos de vida, que se fue secando con el paso del tiempo, ahora podamos sentir esta primavera espiritual. Que podamos resurgir. Que esa agua bendita nos pueda dar a todos la energía, la fuerza de decir "seguimos creyendo en Jesús que muere y que resucita porque nos ama profundamente”.
Vamos entonces a aclamar al Señor. Vamos a volver a renovar nuestra fe y a decir que la pandemia ha sido una crisis, pero como crisis es una oportunidad y queremos salir mejores. Queremos salir con fuerza como este ramo verde con el que volvemos a aclamar al Señor entrando en Jerusalén.
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Lecturas de la Misa
Isaías 50, 4-7
Salmo 21
Filipenses 2, 6-11
Marcos 14, 1-15, 47
HOMILÍA
Como todos los años al leer el relato de la pasión seguramente nos vamos identificando con los distintos personajes por eso en primer lugar le voy a recomendar que a lo largo de la semana podamos leer, releer, meditar, rezar con esta pasión según San Marcos que es la que nos ocupa este año, en este ciclo B. Entonces, aquellos que tengan el Nuevo Testamento, los animo a que lo busquen: Marcos, sus últimos capítulos (capítulo 15) y puedan leer, puedan meditar y puedan rezar con esta pasión, incluso que puedan identificarse con alguno de los personajes.
En este año yo quiero compartir con ustedes una breve reflexión sobre el personaje que aparece al final el último personaje que es el centurión. El centurión es un oficial del ejército romano qué tiene bajo su responsabilidad una centuria. Una centuria era entre 80 y 100 soldados. Es decir que el centurión era un militar importante. Era un soldado importante en aquella época. Y es impactante ver que en un relato de tanto dolor, de tanto sufrimiento, ahí al pie de la cruz, aparece este hombre confesando su fe y diciendo: "verdaderamente este hombre era el hijo de Dios". Quisiera adentrarme un poquito en lo que le debe haber pasado al centurión. Lo primero. Dice hoy el Evangelio de Marcos: "al verlo expirar así", es decir, cuando vio cómo murió Jesús, es cuando el centurión se anima a decir, fuertemente, "este hombre era el hijo de Dios". Por eso digo que la realidad es lo que lo cambia al centurión. Se deja interpelar por el dolor de Cristo. Él está en el centro de la escena, está al pie de la Cruz. De una escena, como dijimos, violenta. De una escena convulsionada. De una escena muy sangrienta. Está tan cerca de la cruz de Jesús, que me animo a decir, que incluso sangre de Jesús debe haber salpicado sus ropas. Y entonces es cuando el contacto con ese hombre sufriente, crucificado, hace que esté centurión cambie su idea. Y de haber sido el que conducía a Jesús a la cruz y daba órdenes a los soldados, pasa a ser alguien que reconoce la divinidad del Señor.
Recuerdo entonces al Papa Francisco cuando nos dice en Evangelii Gaudium en 270 que "tocar la carne sufriente de los demás, es ponernos en contacto con la existencia concreta de los que sufren" y que entonces la vida se nos complica maravillosamente. Tocar la carne sufriente de los demás. Se nos va a complicar la vida maravillosamente, pero estamos llamados a esto. Hoy, el centurión toca la carne sufriente de Cristo y estoy seguro de que la vida se le habrá complicado maravillosamente. Porque a partir de ese día pasó a ser discípulo del Señor. Y me imagino a muchos que habrán dicho "no te creemos, "¿qué te pasó? te lavaron la cabeza". Pero él había tocado la sangre del Señor y por eso no podía volver a ser el mismo de antes.
Lo segundo que pensaba junto con este contacto tan inmediato con la realidad: el centurión no se deja manipular. El centurión no se deja influenciar por los manipuladores de turno. Y ¿quiénes son los manipuladores de turno? En ese momento eran los jefes religiosos, los escribas que animaban y arengaban al pueblo para que pidiera la liberación de barrabás. Era ese pueblo que gritaba fuertemente "¡crucifícalo!". Que se burlaba de él después diciendo: "si eres Elías, bájate de la Cruz". Los manipuladores. Esos dirigentes que influenciaron sobre la opinión de la gente. El centurión dice "basta, yo no me dejo manipular ni influenciar más. Yo creo de verdad que este hombre es el hijo de Dios. Y aunque los dirigentes religiosos y políticos lo hayan crucificado, yo voy a confesar su divinidad". Pase lo que pase, se anima a plantarse el centurión.
Lo tercero: como el centurión no mira desde afuera porque está en contacto con la realidad, entonces lo que tiene, es una mirada de conjunto. No tiene una mirada parcial. No tiene miopía existencial. Él descubre de verdad que Jesús es un hombre que entregó por amor su vida, que perdonó desde la cruz a lo que sufrían. No siguió la pasión por el Facebook. No siguió las palabras de Jesús según los titulares de los diarios de ese momento. Lo tuvo ahí, en vivo y en directo, entonces tuvo una mirada amplia. Escuchó todas las voces. Vio a todos los protagonistas. Y termina sacando su conclusión. Qué interesante esto: sacar conclusiones o tener una idea después de escuchar a todos y en un contacto inmediato con la realidad que nos permite tener una mirada y una cabeza amplia.
Y lo último. El centurión pasa de lo abstracto a lo real. Podríamos decir que pasa de lo virtual a lo concreto. El centurión digo que toca, huele, siente a Jesús crucificado, no se queda en las redes sociales de la época. Se anima a entrar y a involucrarse, como decía Francisco, y a dejar que se le complique la vida maravillosamente. Se compromete, se juega, es valiente.
Quisiera pedirle a Dios, entonces, en este Domingo de Ramos, que tomando como modelo al centurión, nosotros también podamos transformarnos en testigos valientes de la vida. Que estemos cerca de los que sufren, incluso, hasta salpicados por su dolor y por su sangre. Que podamos, de verdad, no dejarnos manipular. Por más que nos digan, por más que nos sugieran. Que podamos sacar nuestras propias conclusiones. Y para eso es fundamental tener una mirada amplia. Una mirada sobre toda la realidad. Escuchar todas las voces como escuchó el centurión, pero no dejarnos manejar la conciencia ni la mente y pasar de lo virtual a lo real. La vida no pasa en las redes sociales ni en el Facebook. La vida pasa en la calle. Y por más que hayamos estado en aislamiento, por más que hayamos estado en cuarentena, por más que sigamos todavía distanciamiento, no nos olvidemos que el único modo de conocer la realidad, es entrando en contacto con ella. Y eso no es ni por el Facebook ni por el titular de un diario. Eso es abrazando la cruz de los que sufren. Eso es dejándonos interpelar como se dejó interpelar hoy el centurión.
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LECTURA RECOMENDADA PARA LA SEMANA
La Pasión de Jesús según san Marcos
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