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2021-11-07 | Homilía del 32º Domingo del Tiempo durante el año

Lecturas de la Misa

1Reyes 17, 8-16

Salmo 145

Hebreos 9, 24-28

Marcos 12, 38-44


HOMILÍA


En la primera lectura y en el evangelio aparecen dos mujeres viudas, como que hoy estas dos lecturas ponen en el centro a dos personas muy pobres, a dos personas muy excluidas y marginadas.


Por un lado su condición de mujer en una sociedad profundamente machista y por otro lado, viudas. En aquella época no es que había alguna pensión para una mujer viuda o qué que se quedaba con los bienes del marido fallecido sino que la mujer viuda quedaba literalmente desamparada, tan solo podía llegar a ser contenida o aceptada nuevamente por la familia de origen, es decir por su propia familia de sangre, pero ya no tenía derecho a ninguno de los bienes del marido fallecido porque todos esos bienes quedaban para la familia de él, para sus padres, para sus hermanos. Con lo cual por su condición de mujer, pero aparte por su condición de viudas estas mujeres son doblemente pobres.


Creo que igual, cuando en el evangelio de Jesús en el centro están los más pobres, recuerdo aquellas palabras del Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “los pobres tienen mucho para enseñarnos” y creo que estas dos mujeres tienen mucho para enseñarnos hoy.


Y quisiera reducirlo lo que puede ser la enseñanza fundamentalmente a dos acciones, a dos verbos: el primero, confiar. Ambas mujeres confían profundamente. La viuda de Sarepta, en la primera lectura confía en el profeta Elías, confía en su palabra. Y entonces puede ser muy generosa con él, a pesar de estar pasando muchas necesidades con su hijo. La mujer del evangelio. Esta viuda que pone esas dos monedas de cobre, lo único que tenía. Confía en que más allá de poner todo el Señor no la va a dejar abandonada, no va a quedar tirada. Podríamos decir entre comillas, “confiar”.


Creo que es una gran enseñanza para nosotros que vivimos en un mundo en el cual todo el tiempo estamos desconfiando del otro, en un mundo en el cual nos sale más fácil pensar mal, en un mundo donde nos es muy difícil pensar que algo bueno puede venir de otra persona y por supuesto que la desconfianza es doble si el otro me no me resulta tan conocido o no me resulta simpático o piensa distinto. Vivimos en un mundo de gran desconfianza.


En general, la desconfianza es fruto de heridas anteriores. Quienes son más desconfiados son los que en realidad tienen el corazón más lastimado o quiénes viven un profundo y gran complejo de inferioridad o también de mucha frustración en la propia vida y entonces, no espero nada bueno del otro. Y confiar precisamente es, tener una esperanza firme, una esperanza buena, una esperanza que me ayuda a esperar cosas positivas de la hermano.


Cuando esa esperanza firme no existe, cuando del otro no espero nada positivo, gana la desconfianza y creo que vivimos en un mundo y en una sociedad de enorme desconfianza, donde muchas veces nuestros vínculos están demasiado enfermos.


Por eso creo que, estas dos mujeres pobres, doblemente pobres por ser mujeres y por ser viudas, nos pueden dejar como primera enseñanza que aprendamos a confiar. Una de ellas confía en la palabra de Elías, que prácticamente era un desconocido y por otro lado pertenecía a otro pueblo. Elías no era fenicio cómo era esta mujer y después, la viuda del templo que confía en el Señor en la providencia de Dios.


La segunda enseñanza que creo que nos dejan estas dos mujeres, también reducida o sintetizado en una acción, compartir. Confiar y compartir. Compartir es una acción de solidaridad para con otro, pero no de lo que a uno le sobra sino de lo que verdaderamente uno es, o de lo que uno tiene. Ambas mujeres comparten de lo poco que tienen, todo.


La mujer de la primera lectura, la viuda de Sarepta, comparte su harina, comparte su jarro de agua, comparte su aceite, lo poco que tenía lo comparte con Elías, y la mujer del Templo, la viuda del templo comparte las pocas monedas, las pone allí en el templo. Ellas comparten de lo que tienen de verdad no de lo que sobra.


Creo que aquí podríamos cada uno de nosotros pensar qué es lo que compartimos. Cuando a veces compartimos para nuestras comunidades parroquiales ropa y a veces damos lo que nos sobra, en realidad, lo que hacemos es una limpieza en el placard y entonces llevamos lo que sobra a la parroquia.


mí me duele profundamente cuando a veces en la puerta de la parroquia, que quizá está cerrada, dejan tiradas bolsas negras con ropa dentro, y uno dice: que poco cuidado hay para los más pobres. Quien deja tirado en la vereda, haciendo incluso que alguno lo rompa, que los perros lo orinen, ropa que después queremos para los pobres. ¿Qué diferencia hay entre eso y tirarla directamente a la basura?


Creo que tenemos que aprender a no dar de lo que nos sobra. A todos nos cuesta, a veces incluso, te doy una hora de tu tiempo si me sobra, te doy un poco de atención si me sobra, a veces hasta damos amor como si fuese una limosna, mientras tenga para que me sobre.

Pienso también en las colectas en nuestras misas con lo cual no nos hacemos ricos sino que sustentamos el culto, sustentamos la liturgia, pagamos los impuestos y a veces llevamos para la colecta lo que nos sobra, hasta hace poco tiempo todavía seguían siendo famosos en las colectas los billetes de $ 2 y de $ 5, y vuelvo a insistir con esto, no es que yo me quiera a transformar en pertigueño, sino que creo que todos podemos empezar a repensar si nuestro compartir es un compartir verdaderamente generoso como el de estas mujeres o si por el contrario damos de lo que nos sobra cómo hacían esos ricos del texto.


La tercera acción que creo que es importante para resaltar hoy, ya no es de estas dos mujeres o en todo caso si de la primera, pero también Elías, dialogar.


Elías entra en diálogo con la mujer viuda de Sarepta. Elías sale al encuentro de esta mujer, se anima diálogo con alguien absolutamente distinto, se anima al dialogo con alguien que tiene otra religión, que tienen otro lenguaje, que tiene otra cultura. Se anima a salir al encuentro, se anima a ir a la periferia, se anima a ir al encuentro de alguien con quien quizá otros por desconfianza o por mi ideologismos ni siquiera se juntarían y dialogan. Y dialogan y los dos comparten porque hablan de su propia necesidad, Elías está cansado y tiene hambre, y la mujer también le habla de su necesidad. A veces lo que nos une en el diálogo, lo que provoca comunión entre nosotros es que nos animemos a compartir las heridas que tenemos. Elías no se muestra como un súper profeta, se muestra como un hombre frágil que necesita de esa mujer y la mujer entiende que también necesita de Elías. Desde la propia vulnerabilidad, desde la propia fragilidad entra en comunión con lo distinto. También aquí creo que tenemos una clave.


Recordemos que el papa Pablo VI, en una encíclica que escribió hace más de 50 años decía: “que el diálogo es uno de los mejores fenómenos de la actividad de la cultura humana, el diálogo es uno de los mejores fenómenos de la humanidad”. Por eso creo que lo tenemos que cultivar enormemente un diálogo que sea claro, donde hablemos con palabras claras que el otro me entienda, un diálogo que sea afable, es decir que no sea de imposición, un diálogo que sea cordial que genere familiaridad y un diálogo que por supuesto se sustenten en la confianza, en el valor de la palabra pero también en descubrir que el otro por más distinto que sea es mi hermano.


Y la última acción, dos de las mujeres, una de Elías y la última de Jesús. Jesús no entra el diálogo con la mujer viuda del templo pero Jesús le presta atención. Jesús es un gran observador. Para él lo más pobres son tan importantes, que a él no se le pasa así nomás esta conducta de esta mujer que sencillamente pone sus dos monedas. Para Jesús esta mujer viuda, que la mira con tanta atención es motivo de enseñanza para el resto de los discípulos por eso los convoca y les dice: miren lo que ha hecho esta mujer. Prestar atención.


Francisco dice que no se cansa de repetir que los pobres son nuestros verdaderos evangelizadores, los pobres nos evangelizan, tienen mucho que enseñarnos. Nos permiten redescubrir de manera nueva los rasgos más genuinos del rostro de Dios padre. Por eso creo que hoy en cada uno de los personajes de la palabra tenemos algunos desafíos. Aprender por un lado a confiar en una sociedad donde todos sospechamos de todos, aprender por otro lado a compartir pero no a dar de lo que me sobra, ni con la ropa de caritas y con mi tiempo.


La idea es ser generoso como estas dos mujeres, aprender a dialogar, esta actividad única, la mejor como decía el papa Pablo VI, cuanto diálogo no falta, cuanto diálogo con la diversidad


Y aprender a prestar atención a los gestos sencillos y a los más pobres, que en nuestra Iglesia son el corazón porque, como dice Francisco y repite a cada rato y lo dice insistentemente: “quiero una Iglesia pobre para los pobres” y el único modo de ser una Iglesia pobre es que, en el centro estén los más pobres y que nos dejemos enseñar por ellos.


LECTURA RECOMENDADA PARA LA SEMANA

Papa Francisco. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, nn 198-199


 
 

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